Y entonces, mirando a la nada, me paro a pensar. Y pienso
en mi felicidad, en esa extraña y bonita
felicidad que me invade cada día. Con cada sonrisa, cada
abrazo, cada beso, cada caricia...
Y siento esa sensación que aborda la perfección, que la
sobrepasa totalmente, y que me hace
sentirme casi perfecta, por mucho que sepa que eso es
imposible. Aunque la verdad, ahora me
cuesta creer en los imposibles, ya que a su lado se hacen
metas a conseguir; al igual que los
sueños se hacen realidades y los infinitos, muy cercanos.
Tan cercanos que cuando está conmigo,
parece que los rozamos con la punta de los dedos, llegando
hasta las estrellas, pasando por la Luna.
Y me acurruco en sus brazos, protegida, invulnerable. Porque
sé que a su lado nada ni nadie podrá
hacerme daño, nadie podrá romper mi corazón, que ahora
late más que nunca. Sintiéndose feliz,
fuerte, lleno de vida, y... finalmente enamorado. Tan
enamorado, que sabe que yo haría llorar a
medio mundo para ver una sonrisa de él, esa dulce sonrisa
que le hace latir.
Y dejo de pensar, dejo de mirar a la nada, le miro a él, y
le susurro:
"Te quiero".
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